LA SETA REBOLLONA
Había
una vez una seta pequeña de color naranja, con unos bonitos y grandes aros
dorados, llamada Rebollona.
La
seta nació debajo de las hojas de un pino centenario. Era un árbol frondoso, en
el que anidaban pájaros de muchas clases,
por lo que siempre se oía una bonita melodía. El bosque solía ser muy
alegre: pinos, chopos, hayas y álamos daban color al paisaje.
En
el suelo había setas de muchas clases, aunque la más conocida era Cardiña, una
seta de cardo muy revoltosa y charlatana.
Un
día muy lluvioso el río se desbordó, y la gota Chapotera llegó al bosque y
avisó a sus amigas las setas de que a lo lejos había visto a los recogedores de
setas.
Eran
cuatro, altos con muchas cestas para coger setas, con botas altas y grandes
sombreros. Tenían cara de malos, con sus largas barbas que leS llegaban hasta
la barriga.
Venían
de otros bosques, donde ya habían cogido todas las setas existentes y, en este
mismo bosque, vivían otras amigas de Cardiña y Rebollona como la seta Juanita,
grande y roja, o Semillita, pequeña y sabrosa.
Los
cazadores eran llamados los “Perros recolectores”, y se disponían a coger todas
las setas que se encontraban.
Se
les oía gritar y cantar a lo lejos:
¡Ya
llegó el otoño!
¡Qué
requetebién!
¡Comeremos setas….!
¡…A
tutiplén!
Todas
las setas estaban muy asustadas, ¡parecían flanes de lo que temblaban!
Intentaron
salir corriendo, pero claro…. ¡no tienen piernas! Decidieron esconderse entre
las hojas caídas de los árboles, ¡pero el viento soplaba tan fuerte que las
arrastraba!
Pidieron
a sus amigos los topos esconderse en sus guaridas, ¡pero eran muy oscuras y les
daba miedo!
Menos
mal que Rebollona y Cardiña eran unas setas muy listas e idearon un plan
perfecto.
Pedirían
ayuda a las serpientes, para que asustasen a los recolectores de setas que,
cuando vieron a todas las serpientes que les perseguían…. ¡se fueron huyendo
corriendo del bosque!.
¡Qué
contentas estaban las setas!
Dieron
las gracias a las serpientes con miles de besos y abrazos.
Decidieron
después celebrar una fiesta con todos los amigos del bosque.
La
fiesta fue espectacular. ¡Había de todo! Todos comieron paella, tarta, chuches
y bailaron hasta muy tarde….
Cuando
despertaron al día siguiente, Rebollona y todas sus amigas tenían un tremendo
dolor de tripa.
Pasaron
los días y en el bosque volvió a reinar la calma y tranquilidad de siempre.
Rebollona
y sus amigas estaban contentas y tranquilas porque sabían que entre todos los
amigos del bosque habían conseguido que los recolectores de setas ya no
volvieran a asustarlas jamás.
Una
noche, cuando en el bosque empezaba a llegar el silencio y la oscuridad,
Rebollona escuchó un sonido que le resultaba familiar; era el sonido de unas
pequeñas pisadas sobre las hojas caídas.
Había
mucho silencio. El crujir de las hojas decía que esas pisadas se acercaban cada
vez más.
La
luna brillaba en el cielo estrellado.
Rebollona
miró a su alrededor, temblorosa y…. ¡allí estaba!, ¡era cierto que existía! ¡Se
encontraba a su lado!
Era
el duende del bosque, un pequeño ser del que todos hablaban, pero que hasta
ahora nadie había visto.
Este
duendecillo era un ser mágico que poseía unos grandes poderes, pero todavía era muy joven y no los
controlaba demasiado bien. Rebollona y
sus amiguitas pidieron al duende del bosque si les podía conceder un deseo:
-“Deseamos
podernos mover por nuestro bosque por si los perros recolectores volvieran y
quisieran llevarnos para comernos”.
Al
oír que su deseo era su conjuro para que
siempre estuvieran a salvo, el duendecillo no se lo pensó dos veces: “Os voy a
conceder vuestro deseo”. El duende comenzó a recitar el hechizo, pero como era
tan jovencillo, se equivocó en un par de palabrejas extrañas y convirtió a
Rebollona y sus amigas en ¡setas invisibles voladoras!
Ahora
Rebollona y sus amigas estaban a salvo de los recolectores de setas. Se fueron
a dar un paseo por el cielo y por el bosque. Allí se encontraron a un amigo
Koala y aterrizaron para saludarlo, decidieron comer juntos y ver una película.
Después las setas se fueron al parque de atracciones.
En
el parque de atracciones se lo pasaron genial. Se montaron al tren de la bruja
que les dio mucho miedo, y subieron a la noria, y de tanto dar vueltas acabaron
un poco mareadas. Desde lo alto de la noria vieron unos niños a lo lejos que
parecían muy felices. Rebollona y sus amigas se acercaron para conocerlos.
-
Hola, “seres pequeños”, ¿Por qué estáis
tan contentos?- Rebollona y sus amigas preguntaron a los niños.
-
Hola, somos niños y venimos de excursión
del C.R.A. Pórtico de Aragón – contestaron los niños.
-
¿Qué es ese lugar?, ¿Podemos ir con
vosotros?- preguntaron las setas.
-
¡Claro que sí! Es un lugar muy
divertido, en el que aprendemos muchas cosas y estamos con nuestros
amigos.
Volaron
y volaron hasta llegar al cole. El lugar les encantó, pero no podían quedarse a
vivir, porque el cole no tenía árboles. Cuando ya iban a marcharse muy tristes,
los niños les mostraron una puerta secreta que les llevaba a un bosque
encantado donde podrían quedarse.
Durante
un tiempo las setas vivieron tranquilas y felices en el bosque encantado, se
dedicaban a jugar en los recreos con los niños del colegio y a pasear por los
pueblos del C.R.A, que les encantan. Pero un rumor llegó a los niños: los
recolectores de setas habían inventado unas gafas para que los perros detectaran
las cosas invisibles. Así que las setas pidieron ayuda a la bruja del bosque
encantado para que las convirtiera en niños y no las vieran los perros.
La
Bruja Malicia (aunque a ella no le gusta que le llamen así) era un hueso duro
de roer y no iba a ceder tan fácilmente. Si querían convertirse en niños debían
superar tres pruebas: caminar sobre las cenizas ardiendo del Ogro Enfadado,
trepar hasta la copa del árbol más alto sin volar y despertar al gigante de la
montaña. No parecía una tarea fácil...pero las valientes setas lo iban a
intentar.
Como
no sabían lo que hacer decidieron practicar para poder pasar las tres pruebas.
Cuando ya estaban preparadas se fueron al bosque encantado con la bruja. La
primera prueba era muy difícil. Cuando estaban a mitad de camino venía por detrás
de ellas el ogro, que casi les alcanzó, pero salieron antes de que las pillara
y se pudieron esconder. Estuvieron andando mucho tiempo hasta llegar al árbol
por el que tenían que trepar, subieron sin problema; al llegar arriba hicieron
ruido para ver si el gigante se despertaba, pero no les hizo caso, se
acercaron más y tampoco pudieron. Al
final a Rebollona se le ocurrió una idea: hacerle cosquillas y esconderse para
que no le viera. El gigante se empezó a reír mucho y dio un manotazo a
Rebollona. ¡Ahora se había hecho daño y no podía volar!
Sus
amigas la rescataron y la bruja Malicia les concedió su deseo. Entonces el gigante
vio tantos niños que los empezó a perseguir hasta llegar al cole y, en el
patio, se puso a jugar a la pelota sentada asustando a todos.
Las
setas voladoras volaron hacia el bosque, aterrorizadas y se reunieron con el
duende:
-¡Por
favor, por favor…! ¡Vuélvenos a convertir en setas, queremos ser nosotras! que
ese gigante asusta muchísimo.
El
duende tuvo una idea:
-Abracadabra,
conjuro de canguro, que se conviertan en setas y desaparezca este verdugo –dijo
el duende.
Inmediatamente
el gigante se transformó en guarda forestal.
Protegió el bosque, las setas y los demás seres vivos.
Los
recolectores altos, barbudos, con botas altas, grandes sombreros y cara de
pocos amigos llegaron al bosque, pero el gigante guarda les enseñó a recolectar
las setas que sí podían comer y cómo quitarlas del suelo cortando con cuidado
desde el tallo.
Y
Rebollona, Cardiña y sus amigas fueron muy felices hasta que se les cayeron las
esporas.
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