martes, 19 de diciembre de 2017

LA SETA REBOLLONA

Este cuento es el primer proyecto de nuestro "Porticole Digital". Comenzamos a esbribirlo en Alcalá, después pasó a Camarena, Fuentes y Nogueruelas. Creció más en La Puebla y en Rubielos, y fue culminado en Valbona. Han participado las niñas y niños de todas las aulas. Esperamos que os guste.

LA SETA REBOLLONA

Había una vez una seta pequeña de color naranja, con unos bonitos y grandes aros dorados, llamada Rebollona.
La seta nació debajo de las hojas de un pino centenario. Era un árbol frondoso, en el que anidaban pájaros de muchas clases,  por lo que siempre se oía una bonita melodía. El bosque solía ser muy alegre: pinos, chopos, hayas y álamos daban color al paisaje.
En el suelo había setas de muchas clases, aunque la más conocida era Cardiña, una seta de cardo muy revoltosa y charlatana.
Un día muy lluvioso el río se desbordó, y la gota Chapotera llegó al bosque y avisó a sus amigas las setas de que a lo lejos había visto a los recogedores de setas.
Eran cuatro, altos con muchas cestas para coger setas, con botas altas y grandes sombreros. Tenían cara de malos, con sus largas barbas que leS llegaban hasta la barriga.
Venían de otros bosques, donde ya habían cogido todas las setas existentes y, en este mismo bosque, vivían otras amigas de Cardiña y Rebollona como la seta Juanita, grande y roja, o Semillita, pequeña y sabrosa.
Los cazadores eran llamados los “Perros recolectores”, y se disponían a coger todas las setas que se encontraban.
Se les oía gritar y cantar a lo lejos:
¡Ya llegó el otoño!
¡Qué requetebién!
¡Comeremos  setas….!
¡…A tutiplén!
Todas las setas estaban muy asustadas, ¡parecían flanes de lo que temblaban!
Intentaron salir corriendo, pero claro…. ¡no tienen piernas! Decidieron esconderse entre las hojas caídas de los árboles, ¡pero el viento soplaba tan fuerte que las arrastraba!
Pidieron a sus amigos los topos esconderse en sus guaridas, ¡pero eran muy oscuras y les daba miedo!
Menos mal que Rebollona y Cardiña eran unas setas muy listas e idearon un plan perfecto.
Pedirían ayuda a las serpientes, para que asustasen a los recolectores de setas que, cuando vieron a todas las serpientes que les perseguían…. ¡se fueron huyendo corriendo del bosque!.
¡Qué contentas estaban las setas!
Dieron las gracias a las serpientes con miles de besos y abrazos.
Decidieron después celebrar una fiesta con todos los amigos del bosque.
La fiesta fue espectacular. ¡Había de todo! Todos comieron paella, tarta, chuches y bailaron hasta muy tarde….
Cuando despertaron al día siguiente, Rebollona y todas sus amigas tenían un tremendo dolor de tripa.
Pasaron los días y en el bosque volvió a reinar la calma y tranquilidad de siempre.
Rebollona y sus amigas estaban contentas y tranquilas porque sabían que entre todos los amigos del bosque habían conseguido que los recolectores de setas ya no volvieran  a asustarlas jamás.
Una noche, cuando en el bosque empezaba a llegar el silencio y la oscuridad, Rebollona escuchó un sonido que le resultaba familiar; era el sonido de unas pequeñas pisadas sobre las hojas caídas.
Había mucho silencio. El crujir de las hojas decía que esas pisadas se acercaban cada vez más.
La luna brillaba en el cielo estrellado.
Rebollona miró a su alrededor, temblorosa y…. ¡allí estaba!, ¡era cierto que existía! ¡Se encontraba a su lado!
Era el duende del bosque, un pequeño ser del que todos hablaban, pero que hasta ahora nadie había visto.
Este duendecillo era un ser mágico que poseía unos grandes poderes,  pero todavía era muy joven y no los controlaba  demasiado bien. Rebollona y sus amiguitas pidieron al duende del bosque si les podía conceder un deseo:
-“Deseamos podernos mover por nuestro bosque por si los perros recolectores volvieran y quisieran llevarnos para comernos”.
Al oír que su deseo  era su conjuro para que siempre estuvieran a salvo, el duendecillo no se lo pensó dos veces: “Os voy a conceder vuestro deseo”. El duende comenzó a recitar el hechizo, pero como era tan jovencillo, se equivocó en un par de palabrejas extrañas y convirtió a Rebollona y sus amigas en ¡setas invisibles voladoras!
Ahora Rebollona y sus amigas estaban a salvo de los recolectores de setas. Se fueron a dar un paseo por el cielo y por el bosque. Allí se encontraron a un amigo Koala y aterrizaron para saludarlo, decidieron comer juntos y ver una película. Después las setas se fueron al parque de atracciones.
En el parque de atracciones se lo pasaron genial. Se montaron al tren de la bruja que les dio mucho miedo, y subieron a la noria, y de tanto dar vueltas acabaron un poco mareadas. Desde lo alto de la noria vieron unos niños a lo lejos que parecían muy felices. Rebollona y sus amigas se acercaron para conocerlos.
-          Hola, “seres pequeños”, ¿Por qué estáis tan contentos?- Rebollona y sus amigas preguntaron a los niños.
-          Hola, somos niños y venimos de excursión del C.R.A. Pórtico de Aragón – contestaron los niños.
-          ¿Qué es ese lugar?, ¿Podemos ir con vosotros?- preguntaron las setas.
-          ¡Claro que sí! Es un lugar muy divertido, en el que aprendemos muchas cosas y estamos con nuestros amigos.  
Volaron y volaron hasta llegar al cole. El lugar les encantó, pero no podían quedarse a vivir, porque el cole no tenía árboles. Cuando ya iban a marcharse muy tristes, los niños les mostraron una puerta secreta que les llevaba a un bosque encantado donde podrían quedarse.

Durante un tiempo las setas vivieron tranquilas y felices en el bosque encantado, se dedicaban a jugar en los recreos con los niños del colegio y a pasear por los pueblos del C.R.A, que les encantan. Pero un rumor llegó a los niños: los recolectores de setas habían inventado unas gafas para que los perros detectaran las cosas invisibles. Así que las setas pidieron ayuda a la bruja del bosque encantado para que las convirtiera en niños y no las vieran los perros.

La Bruja Malicia (aunque a ella no le gusta que le llamen así) era un hueso duro de roer y no iba a ceder tan fácilmente. Si querían convertirse en niños debían superar tres pruebas: caminar sobre las cenizas ardiendo del Ogro Enfadado, trepar hasta la copa del árbol más alto sin volar y despertar al gigante de la montaña. No parecía una tarea fácil...pero las valientes setas lo iban a intentar.

Como no sabían lo que hacer decidieron practicar para poder pasar las tres pruebas. Cuando ya estaban preparadas se fueron al bosque encantado con la bruja. La primera prueba era muy difícil. Cuando estaban a mitad de camino venía por detrás de ellas el ogro, que casi les alcanzó, pero salieron antes de que las pillara y se pudieron esconder. Estuvieron andando mucho tiempo hasta llegar al árbol por el que tenían que trepar, subieron sin problema; al llegar arriba hicieron ruido para ver si el gigante se despertaba, pero no les hizo caso, se acercaron  más y tampoco pudieron. Al final a Rebollona se le ocurrió una idea: hacerle cosquillas y esconderse para que no le viera. El gigante se empezó a reír mucho y dio un manotazo a Rebollona. ¡Ahora se había hecho daño y no podía volar!
Sus amigas la rescataron y la bruja Malicia les concedió su deseo. Entonces el gigante vio tantos niños que los empezó a perseguir hasta llegar al cole y, en el patio,  se puso a  jugar a la pelota sentada asustando a  todos.
Las setas voladoras volaron hacia el bosque, aterrorizadas y se reunieron con el duende:
-¡Por favor, por favor…! ¡Vuélvenos a convertir en setas, queremos ser nosotras! que ese gigante asusta muchísimo.
El duende tuvo una idea:
-Abracadabra, conjuro de canguro, que se conviertan en setas y desaparezca este verdugo –dijo el duende.
Inmediatamente el gigante se transformó en guarda forestal.  Protegió el bosque, las setas y los demás seres vivos.
Los recolectores altos, barbudos, con botas altas, grandes sombreros y cara de pocos amigos llegaron al bosque, pero el gigante guarda les enseñó a recolectar las setas que sí podían comer y cómo quitarlas del suelo cortando con cuidado desde el tallo.
Y Rebollona, Cardiña y sus amigas fueron muy felices hasta que se les cayeron las esporas.  




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